23 may 2009

Estación Central de Brasil

En la película “Estación Central de Brasil” se muestra una cruda realidad que, si bien es en Brasil, podría identificarse, en partes, con toda Latinoamérica (como mínimo).
La película trata de una ex maestra, Dora, que dedica sus días de jubilada a escribir cartas en la estación para las personas analfabetas, que le pagan cierto dinero por enviarlas. Indiferente a las horribles cosas que ve y oye cada día en la estación, tira las cartas que le fueron dictadas en lugar de enviarlas por correo como promete. Al morir atropellada por un colectivo una señora que había sido su “clienta”, muy a su pesar, Dora se hace cargo, momentáneamente, de su hijo de 9 años, llamado Josué.
Al día siguiente, en la estación un señor le ofrece comprarle al niño y ella acepta. Cuando su amiga se entera de lo sucedido, logra convencerla de que lo salve, ya que probablemente quisieran utilizar al niño para tráfico de órganos.
Emprenden un viaje para buscar al padre de Josué y ese viaje muestra cómo se van conociendo mutuamente y las infortunadas aventuras que sufren, como haberse olvidado el dinero en un micro que se fue o haberse hecho amigo de un camionero que los abandonó.
Al llegar al pueblo donde supuestamente vivía el papá de Josué, descubre que él no está allí y encuentran a sus dos hijos, es decir, los dos medio hermanos de Josué. Dora decide que el niño debería quedarse con ellos y se va, dejándole una carta de despedida.
Al principio, Dora y Josué se muestran desagradables uno con el otro, pero con el pasar de la historia se van haciendo más cercanos y unidos y, aunque no lo dicen, uno puede ver el cariño que creció entre ellos.
Ésta historia se basa mucho en las cartas y en el viaje, y en las consecuencias que tienen esas dos cosas. Gracias a que Dora era “escribiente” de cartas se conocieron los dos protagonistas y es así cómo se despiden. Mediante el viaje que emprenden juntos, se conocen y llegan a querer, dejando atrás prejuicios y enojos con la vida misma.
Ésta película también hace entrar en conocimiento al público con respecto a la mirada estereotipadas que se tiene de Brasil y, en especial, de Río de Janeiro. Se muestra que no todo es carnaval, felicidad, alegría y entusiasmo, sino también la miseria que existe en ése y otros lugares del país. La película pone en tela de juicio y a la vista, muchas de las falencias que hay en Brasil: la situación de desamparo en que se encuentran las personas al ser analfabetas, la forma en que se viaja en transportes públicos cual ganado (en las primeras escenas del filme), la violencia y represión con los delincuentes (también en las primeras escenas, en una muy corta), que un niño huérfano no tenga un lugar dónde ir o la compra de niños.
Esta película pertenece al género “road movie”, en la que la historia transcurre en un viaje, que ocupa un papel principal, y se muestran las aventuras y desventuras de los personajes. Suele ser final de películas de éste género que los viajeros no vuelven a su lugar de origen, con motivo del conocimiento adquirido a lo largo del viaje; pero en esta historia, uno de los protagonistas migra y el otro vuelve a su lugar de origen, sin que esto signifique el olvido de lo vivido.

21 may 2009

Los engaños de la mente

En una fiesta, en un lugar lejano donde el invierno era blanco, ya que todo estaba cubierto de nieve, apareció Amy. Ella no estaba invitada, pero fue de todos modos. Cuando entró, podía sentir en su nuca las miradas de todas las personas del lugar; claramente, por el momento al menos, no era bienvenida allí. Amy siguió caminando y comenzó a escuchar murmullos, aunque no escuchaba si realmente eran por ella.
Empezó a abrir puertas, buscando algo (aunque en realidad no estaba segura de qué era). Era una casa gigante con muchas puertas color crema y picaportes dorados, en un pasillo pintado de color mostaza. Al no encontrar nada más que camas y mesitas de luz vacías, bajó las escaleras (quién sabe de dónde aparecieron), y encontró en el living de esa mansión un teatro montado precariamente, con los sillones, las sillas, la mesa y las cortinas. Éste hecho le llamó la atención, así que se quedó viendo qué hacían esos muchachos que, aparentemente, tenían su misma edad. Al principio, no entendía muy bien de qué se trataba, hasta que, paulatinamente, comenzó a escuchar algunas palabras sueltas: “Amy”, “cansado”, “nunca”... De repente, lo comprendió. Eran ella y su novio, teniendo una discusión. ¿Acaso estaban representando su relación? Ésas personas, que ella desconocía, no deberían meterse en su vida, pensó, mientras sentía un fuego intenso que se despertaba rápidamente en el interior de su pecho.
Sintió cómo su cara se acaloraba, cómo sus manos temblaban y fue corriendo a la habitación más cercana. Al entrar, reconoció que era una biblioteca. Miró, revisó y tiró la gran mayoría de libros, hasta que encontró uno que le pareció adecuado. Un libro pequeño, grueso, de hojas amarillentas, con las tapas azules y que, curiosamente, no tenía olor alguno. Amy leyó el título, “Mujercitas”, y recordó amargamente que cuando iba al colegio sus compañeros solían burlarse de ella por tener el mismo nombre que una de las protagonistas de aquél cuento. Dejando de lado ese sentimiento y sin importarle el qué dirán, agarró el libro con la boca para usarlo como arma. Con ese libro que no significaba nada para ella, fue corriendo apresuradamente a pegarle a esos desconocidos que estaban simulando que su vida era una producción teatral. Cuando Amy apareció con el libro en la boca, llevándose por delante todo lo que había en el camino, todos la miraron asombrados y comenzaron a correr y a gritar.
Amy abrió los ojos y vio por la ventana de su habitación que los primeros rayos del sol ya estaban asomándose por la persiana. Ahora entendía por qué todos la miraban asombrados, por qué su olfato parecía estar más sensible al reconocer que el libro no tenía olor y, por sobre todo, por qué agarró el libro con la boca. En su sueño, ella era un perro (una perra, en realidad).
Amy pensó que sería bueno contarle lo que soñó a su psicólogo.