24 may 2009

Unas vacaciones para el recuerdo


Se ve lo que parece ser una carpa. Tiene una toalla encima y en los costados se ven otras dos toallas o quizás lonas sostenidas por broches para colgar la ropa. La tierra mojada y el pasto aún con gotas no dejaban que el interior de la carpa se seque. Hay olor a lluvia que se fue y a humedad por el sol saliente. Hay un chico señalando la carpa con cara de felicidad, pero ambos sabemos que en realidad es un simulacro para la foto.
Hacía tres días que habíamos llegado a Gualeguaychú. Ése verano era el primero que me iba de vacaciones sin mi familia, éramos sólo mi novio y yo. Cuando nos bajamos del micro en la terminal, pedimos un plano del lugar en la oficina de turismo ubicada allí, preguntamos dónde podíamos tomar un taxi y partimos hacia el centro de la ciudad. Caminamos tres cuadras cargando los bolsos y la carpa hasta llegar al camping más cercano, donde nos instalamos definitivamente.
Al tener todas nuestras pertenencias preparadas, fuimos en busca de una farmacia para comprar algunas cosas que nos habíamos olvidado. Cenamos y revisamos el mapa para pensar y crear nuestro itinerario de la semana. Al día siguiente, nos levantamos temprano, desayunamos y nos fuimos, por las dudas, al centro turístico, que quedaba a unas pocas cuadras. Confirmamos algunas cosas que ya sabíamos y nos asombramos de otras, como que las personas que nos atendían tenían más noción sobre los precios del corso que los de los museos.
Caminando por la costanera, un señor que en un primer momento nos asustó, nos ofreció ir a dar un paseo en barco, obviamente pago, bordeando el Río Gualeguaychú y la Isla Libertad, y nosotros aceptamos. Pudimos ver la orilla de las playas de todos los campings de la zona. A la tarde fuimos a la playa y jugamos al voley.
Al día siguiente, fuimos al centro a recorrer los museos, aunque por desgracia sólo uno se encontraba abierto: La casa de la familia Aedo. Una familia histórica en Gualeguaychú, donde se podía ver una casa antigua, la más antigua de la ciudad, y reformada varias veces, con los típicos escritorios de la época (mediados del siglo XIX), versiones originales de, por ejemplo, la revista “Caras y Caretas” u otros libros de la época. Luego, caminamos más por el lugar y llegamos a la catedral San José, que es gigante y realmente hermosa. Cuenta con un techo altísimo con pinturas preciosas. Visiblemente, su estructura data de más de un siglo atrás.
El miércoles a la mañana nos levantamos y vimos el día nublado. Esperábamos que no lloviera, ya que en medio de la tierra y los árboles iba a ser complicado caminar si estaba embarrado. Habíamos planeado esa tarde ir a las termas, pero nos acobardamos por las nubes y decidimos posponerlo un día. A media tarde, las nubes se fueron y salió un sol espléndido, por lo cual nos arrepentimos de no haber ido como lo habíamos planificado. Pero como íbamos a estar allí varios días más, pensamos que podríamos ir al día siguiente y nos quedamos en la playa del camping jugando al tejo.
El jueves nos despertamos y el cielo estaba realmente gris. Un gris profundo, como cuando uno piensa “hoy se cae el cielo”. Teníamos la esperanza de que no lloviera y sólo fuera otro susto, pero por desgracia no fue así. A media mañana comenzaron a caer unas gotas leves, que se hacían más y más fuertes. Decidimos almorzar en un restaurante, ya que obviamente no podíamos cocinar bajo la lluvia, y esperar que pase un poco esa lluvia que nos quería arruinar las vacaciones. Pasaban las horas y en vez de irse, la lluvia era más fuerte, con más viento y más frío. Me insulté a mí misma por haber llevado demasiadas remeras y casi ningún abrigo, pero ¿Quién iba a imaginar una lluvia así a mediados de febrero? El frío y las botamangas mojadas nos habían puesto de mal humor, así que al terminar el almuerzo, decidimos volver a la carpa y jugar a las cartas. Resultó no ser tan buena idea, la carpa era chica y entre el colchón inflable y los bolsos apenas si entrábamos, así que desistimos, agarramos los paraguas (que nos felicitamos mutuamente por habérsenos ocurrido llevarlos) y nos fuimos de compras de recuerdos para la familia. Por un momento sentimos que disfrutábamos de la lluvia... hasta que volvimos a la carpa. Entramos y nos encontramos con la colcha, el bolso y la mitad de la ropa mojada. ¡No sabíamos qué hacer! Lo que más nos molestaba y preocupaba era la colcha, sacarla no podíamos y mojada nos daba frío. Fuimos a comer para calmar un poco los pensamientos y cuando volvimos simplemente pusimos la parte mojada a un costado en la parte de los pies. Estando de esa manera nos dormimos.
Las gotas caían y no se detenían, intermitentes pero no finales, de repente muchas, de repente pocas, a veces más fuertes y otras no tanto. Pero no se detenían.
Me desperté porque estaba incómoda, había algo que me molestaba pero no me daba cuenta qué era. En la oscuridad de la noche no veía nada, hasta que pude encontrar la linterna y fijarme qué era lo que tanto me molestaba. Me sentí en una película de terror, donde la protagonista descubre poco a poco el mal que la acecha. Revisando el poco espacio cerrado que nos daba la carpa, encontré que por entre las costuras de las paredes se escurrían cada vez más gotas. Lo desperté a mi novio y dedujimos que así era cómo se habían mojado la colcha y la ropa. Nos volvimos a dormir y a la mañana siguiente las gotas seguían cayendo y al mirar más de cerca, pudimos observar que las costuras que unían las paredes estaban tirantes, se veían los agujeritos por donde pasaba el hilo. Obviamente, teníamos muchas cosas dentro de la carpa y era por eso que las costuras estaban tirantes.
Por un par de horas, había dejado de llover y decidimos ingeniárnosla para prevenir que entrara agua otra vez o por lo menos que entrara menos. En ese tiempo que no llovió aprovechamos para desayunar e idear un plan. Agarramos dos lonas y un toallón que no usábamos y lo pusimos como segunda piel de la carpa. Lo único que teníamos para atarlos eran broches para ropa, así que eso fue lo que usamos. Como era de esperarse, después de pasar por todas esas adversidades, al otro día dejó de llover. Salió un sol radiante y espléndido, como si nunca hubiera llovido de tal manera y pudimos sacar todas las cosas a que sequen.
Los días siguientes fueron iguales, con sol que quemaba y un calor bastante insoportable. Podemos decir que los días que no llovió pasaron sin pena ni gloria, ya que se vieron opacados por los días que la pasamos mojados y con frío.