2 may 2009

Una más de las March

El libro “Mujercitas” lo leí por primera y única vez a los 11 años. Creo yo, la edad justa para ese libro. Me sentía identificada, ya que al narrar la historia de cuatro hermanas, sus amores y desamores (con los hombres y con la vida también), podía sentir, si bien no todas, algunas de sus vivencias como propias, anhelando tener un amor de novela, un novio que luchara por mí contra todas las adversidades o leyendo los hechos que podrían ser reales y pasarles a cualquier persona, como la muerte de un familiar o sufrir por un amor no correspondido.
Podría decirse que por aquel entonces yo era una “casi señorita” y estos personajes podían captar mis pensamientos, mis angustias, mis interrogantes, mis miedos.
En los primeros capítulos del libro sentía que quería ser como la hermana mayor, que guiaba a las otras, las cuidaba, las aconsejaba, les ponía límites pero también a veces me cuestionaba si ella sentía que sus hermanas eran una carga y si quería con demasiado ahínco escalar posiciones en los estratos sociales.
La hermana siguiente, en orden de mayor a menor, tenía apodo de hombre, era varonil y fanática de la lectura. Me hacía recordar a mi propia hermana, quien era de personalidad similar: no contaba con muchas amigas y no salía a la calle sin un libro para leer.
La tercera hermana no tuvo realmente ningún efecto duradero ni emocional sobre mí, en la mitad de la novela fallece y tampoco había hecho cosas relevantes en la vida de las hermanas. Sin embargo, al estar tan absorta en la lectura del libro, sufrí y lloré con ellas su pérdida a tan temprana edad.
La última hermana, la más pequeña, es la que captó mi completa atención luego de “mi desapego” con Meg, la mayor. Así era como yo quería ser. Era decidida; si se proponía algo, lo lograba. Se casó con su vecino, 15 años mayor, y tuvo la aprobación de toda su familia. Amy era así, caprichosa por ser la menor, pero supo aprovecharlo y también, de alguna forma, superarlo y cambiarlo.
A pesar de ser una novela, una historia inventada, estos personajes, y por sobre todo Amy, me supieron llenar el alma, hacerme creer su historia como si fuera veraz, reír o sufrir y llorar con sus vivencias. Mis sentimientos eran una mezcla de anhelo por sus vidas y la creencia temporal de estar viviendo en ellas. Me imaginaba mi propia vida como una película y solía pensar en lo que podía llegar a ser, en que algún día mi vida sería como una novela, donde los personajes sufren, superan adversidades y luego terminan felices, comiendo perdices. Este libro, entre muchos otros (no está de más decirlo), abrió las puertas de mi imaginación, me permitió escaparme hacia otra realidad y convertirme en una de las hermanas March por un rato.