4 may 2009

Las Islas son argentinas, ¿y los soldados?

El 2 de abril pasado se cumplieron 27 años de la guerra de Malvinas y, por lo visto, este año se desdibujó la noticia de las Malvinas por el fallecimiento del ex presidente Raúl Alfonsín. Según lo veo yo, los medios masivos de comunicación tuvieron la excusa perfecta para dejar de lado cualquier tipo de conmemoración, y, al parecer sólo unos pocos se acordaron el porqué del feriado.
Más de una vez pensé que muchos se sienten obligados a este recuerdo y que prefieren olvidarlo, pero ¿cómo podemos no repetir la historia si no la conocemos? Yo personalmente conocí profundamente la verdadera historia, la escondida, recientemente. Porque lo que no nos cuentan en la escuela es que la guerra fue en plena dictadura y que la usaron como medio de distracción; o que los chicos que fueron eran eso, chicos; o simplemente que era una guerra sin sentido y, mucho menos, preparación. Se recuerda el día en que se declaró la guerra pero sólo los que vivieron esa época saben realmente lo que pasó y al parecer nadie está dispuesto a compartirlo. Sin razón, la mayoría de los argentinos parece sentirse avergonzado de la guerra, queriendo guardarla en el recuerdo más profundo y no dejarlo salir.
En mi municipio, Ituzaingó, se hizo un acto público en la plaza central, bajo la lluvia, el cual, no está de más decirlo, tuvo muy poca difusión y además, un discurso del intendente, lleno de palabras insulsas y repetidas sin sentido alguno. Me hizo pensar que algunos conmemoran el día por “deber”.
No podía faltar ese día a las 18hs puntual, la presidenta Cristina Fernández, en cadena nacional de diez minutos, agradeciendo a los ex soldados y reclamando nuevamente la soberanía sobre las tan famosas islas. “Los combatientes son un orgullo y motivo de respeto y honor”, dijo la presidenta, y ése fue el único día que se acordó de los soldados.
Ni ése 2 de abril de 1982 ni éste 2 de abril de 2009 la gente se acordó de los combatientes; el primero porque “íbamos a recuperar las islas” y el segundo porque (casi) todos estuvieron interesados en el fallecimiento del ex presidente, el jueves y los días que siguieron.
Tengo que aclarar que no estoy menospreciando lo que el primer presidente elegido al finalizar la dictadura significó para Argentina, sino que no quiero que se menosprecie lo que la guerra nos hizo a todos.
Para finalizar, me gustaría decir que lo que tomé de este feriado tan particular es que, como muchos otros, pasó sin pena ni gloria, y esta vez aún más opacado por la muerte de un ex presidente y la repercusión que tuvo.

3 may 2009

Mis primeros garabatos

Según recuerdo, desde que me enseñaron a escribir me gusta. Aprendí a hacer esos garabatos, que en un primer momento no entendía bien cómo se leían o para qué servían, y me pasaba copiándolos en hojas y hojas. Era un orgullo para mí escribir mi nombre en letra gigantesca y que me felicitaran, pensando que había copiado bien o me sabía de memoria esas líneas sin ningún significado para mí, en ese momento.
Con el tiempo aprendí a hacer más y más garabatos, y al poco tiempo comenzaban a tener significados, sentimientos, nombres. Esos garabatos comenzaron a ser parte de mi historia, de mi vida, a expresar mis ideas y todo lo que de mi boca no podía (o no quería) salir.
A los 6 años, me regalaron mi primer diario íntimo. Hacía meses que lo venía pidiendo, mi hermana mayor tenía uno, así que, por supuesto, yo también quería. No tenía idea de lo que ese “cuadernito” iba a significar para mí, para el resto de mi vida. En él escribí mis vivencias de primer grado -y de muchos otros-, las peleas y reconciliaciones con mis amigas, los amores y también mis miedos y tristezas. Me resultó importante y útil poder confiar en alguien (así lo sentía yo) para expresar mis sentimientos. Me sentía muy cómoda con la escritura y poco a poco pasé de escribir sólo en mi diario y en el cuaderno escolar, a escribir historias en los dibujitos que les regalaba a mis familiares. Casi sin notarlo, esos dibujitos fueron desapareciendo y me encontré con hojas escritas por mí, llenas de historias de ensueño y fantasía.
Me encontré a los 8 años haciendo cuentos con mis compañeros que después “publicamos” en un libro hecho mitad a mano, mitad a computadora; donde aportamos, por lo menos yo, todo nuestro amor y esfuerzo para que salieran lo mejor posible, donde discutíamos cuál sería el mejor final y cuál sería el destino de cada uno de los protagonistas. Si bien ahora leo esos cuentos y me doy cuenta que cada uno tiene una carilla de largo, ése no es el sentimiento que tengo; sino la pasión que pusimos al escribirlos.
Un tiempo más tarde encontré en un cajón un cuaderno que, aparentemente, nadie usaba y decidí apropiármelo. En él empecé a escribir poesías. La primera para mi papá, la segunda para mi mamá, la tercera para mi abuelo... y la lista de familiares continúa.
Alrededor de un año después, me uní a un grupo recién formado de “Pequeños Narradores”, donde había chicos de mi edad con mis mismos intereses y el mismo amor por escribir poemas. Este cuaderno todavía lo conservo, junto con mis preciados diarios íntimos, en un lugar recóndito de mi habitación para que nadie pueda sacarme los sentimientos depositados allí.
Hoy en día, ya no siento la misma necesidad que sentía de escribir en mis diarios, pero al leerlos traen a mi memoria recuerdos que pensé perdidos. Ya no pertenezco al grupo “Pequeños Narradores” ni escribo en mi libro de poemas y cuentos. Al hacerme mayor, fui perdiendo esas ganas de escribir mis sentimientos, pero me resulta imposible olvidar lo que durante muchos años de mi vida, significaron esas hojas en blanco esperando ser escritas.