3 may 2009

Mis primeros garabatos

Según recuerdo, desde que me enseñaron a escribir me gusta. Aprendí a hacer esos garabatos, que en un primer momento no entendía bien cómo se leían o para qué servían, y me pasaba copiándolos en hojas y hojas. Era un orgullo para mí escribir mi nombre en letra gigantesca y que me felicitaran, pensando que había copiado bien o me sabía de memoria esas líneas sin ningún significado para mí, en ese momento.
Con el tiempo aprendí a hacer más y más garabatos, y al poco tiempo comenzaban a tener significados, sentimientos, nombres. Esos garabatos comenzaron a ser parte de mi historia, de mi vida, a expresar mis ideas y todo lo que de mi boca no podía (o no quería) salir.
A los 6 años, me regalaron mi primer diario íntimo. Hacía meses que lo venía pidiendo, mi hermana mayor tenía uno, así que, por supuesto, yo también quería. No tenía idea de lo que ese “cuadernito” iba a significar para mí, para el resto de mi vida. En él escribí mis vivencias de primer grado -y de muchos otros-, las peleas y reconciliaciones con mis amigas, los amores y también mis miedos y tristezas. Me resultó importante y útil poder confiar en alguien (así lo sentía yo) para expresar mis sentimientos. Me sentía muy cómoda con la escritura y poco a poco pasé de escribir sólo en mi diario y en el cuaderno escolar, a escribir historias en los dibujitos que les regalaba a mis familiares. Casi sin notarlo, esos dibujitos fueron desapareciendo y me encontré con hojas escritas por mí, llenas de historias de ensueño y fantasía.
Me encontré a los 8 años haciendo cuentos con mis compañeros que después “publicamos” en un libro hecho mitad a mano, mitad a computadora; donde aportamos, por lo menos yo, todo nuestro amor y esfuerzo para que salieran lo mejor posible, donde discutíamos cuál sería el mejor final y cuál sería el destino de cada uno de los protagonistas. Si bien ahora leo esos cuentos y me doy cuenta que cada uno tiene una carilla de largo, ése no es el sentimiento que tengo; sino la pasión que pusimos al escribirlos.
Un tiempo más tarde encontré en un cajón un cuaderno que, aparentemente, nadie usaba y decidí apropiármelo. En él empecé a escribir poesías. La primera para mi papá, la segunda para mi mamá, la tercera para mi abuelo... y la lista de familiares continúa.
Alrededor de un año después, me uní a un grupo recién formado de “Pequeños Narradores”, donde había chicos de mi edad con mis mismos intereses y el mismo amor por escribir poemas. Este cuaderno todavía lo conservo, junto con mis preciados diarios íntimos, en un lugar recóndito de mi habitación para que nadie pueda sacarme los sentimientos depositados allí.
Hoy en día, ya no siento la misma necesidad que sentía de escribir en mis diarios, pero al leerlos traen a mi memoria recuerdos que pensé perdidos. Ya no pertenezco al grupo “Pequeños Narradores” ni escribo en mi libro de poemas y cuentos. Al hacerme mayor, fui perdiendo esas ganas de escribir mis sentimientos, pero me resulta imposible olvidar lo que durante muchos años de mi vida, significaron esas hojas en blanco esperando ser escritas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario